miércoles, 10 de agosto de 2011

La ciudadela Inca de Wiñay Huayna


A 8 kilómetros del monumento inca Machu Picchu, siguiendo un camino de piedra oculto en la jungla, se realiza el viaje a la misteriosa Wiñay Huayna, su hermana gemela, construida por adoradores del sol y de la luna, tal vez para el gobernante del imperio de los incas y su esposa, la coya. Sol y luna del Tawantinsuyo o la etapa final del antiguo Perú.





Wiñay Huayna, el pequeño Machu Picchu
Autor y fotografías: Fernando Barrantes Rodríguez Larraín
Arte y diseño: H



Índice:
• Introducción
• Perú descubre al mundo un nuevo Machu Picchu
• El otro Machu Picchu





Introducción

Wiñay Huayna en una preciosidad tan verdaderamente única en su presencia en las montañas andinas cubiertas de una floresta en la que todo es verde, que le otorga a sus piedras incas una blancura que a lo lejos no es exacta, ya que cuando las tienes frente a frente y puedes tocarlas, lo compruebas, llenándote de este extraordinario monumento inca.

La mejor descripción de Wiñayhuayna es señalarla de “El pequeño Machu Picchu”. No es famosa porque no pretende ser famosa. Sus constructores la concibieron monumental, extraordinariamente bella, pero en todo más pequeña que Machu Picchu. En realidad, los dos monumentos incas se constituyen en la misma grandiosidad, son dependientes.

Machu Picchu y Wiñayhuayna han sobrevivido el paso del tiempo, de la misma forma que el camino de ocho kilómetros que los une. Todo es inca. A momentos este parece que va en línea recta y en otros instantes crees que estás cruzando montañas. Es imprescindible poseer imaginación, porque te encuentras viviendo un momento único, de tropezarte con escaleras que ya no van a ninguna parte y puertas que ya carecen de significado.

La caminata de Wiñayhuayna a Machu Picchu te permite exclamar con todo derecho porque al final te convence que ya no llegas a ningún aparte, y de pronto, sientes en verdad que descubriste la ciudad perdida de los incas. El impacto, es inmediato y Machu Picchu se te mete en el corazón. Claro, yo tenía 22 años de edad, y yo  gritaba, es igualito a la foto, pero realmente mi espíritu se abrazaba con la luz del antiguo Perú.

En cambio a la inversa, la caminata de Machu Picchu a Wiñayhuayna es diferente, ya conoces la ruta. Se convierte en un verdadero descanso visual de la extraordinaria monumentalidad arquitectónica que acaba de atraparte. Entonces te llaman la atención pequeños animalitos, que es mejor dejar pasar.
Pero, Eduardo no los dejaba pasar y se iba detrás de ellos, siempre conseguía seguidores, regresaba con arañas, que te las lanzaba en cualquier momento. Todos se reían menos la víctima ocasional. A mí me puso una en la cabeza. El recorrido no terminó entre risas sino en una peladera generalizada, en que nadie se quería hablar con nadie.

En el final del camino, te tropezabas con el albergue, grande, limpio, bien puesto, barato y con muy buena cocina, en los años setenta era de propiedad de EnturPerú, la empresa estatal propietaria de los hoteles de turistas. La última vez que fui a Wiñay Huayna, en 1991, que fue una breve visita, seguía en funcionamiento.

En esta primera vez, después de bañarme y de sacarme todos los insectos que Eduardo me había puesto en los ocho kilómetros de caminata, bajé a Wiñay Huayna, ya había estado en la mañana, pero en ese ahora de 1974, mi impacto fue el de haber encontrado el paraíso perdido.

Estaba en el final de una tarde, de un día en que el sol se mostró esplendoroso en Machu Picchu, sus rayos no tenían fuerza, pero en el sol de los incas, del Tawantinsuyo o el último momento del antiguo Perú. En eso Russell gritó: “Mira, la luna”.

Nadie tenía que decirnos que Wiñay Huayna fue construida por adoradores del sol y de la luna, lo estábamos sintiendo, con tal fuerza, que sin decirnos nada, comprendíamos que estábamos descubriendo  el secreto del monumento inca, que nos albergaba y absolutamente convencidos, creíamos que estábamos en un día especial. Un privilegio que la vida nos había reservado.

Russell por primera vez expresó sus sentimientos frente al imperio de los incas, basados simplemente en una percepción inicial de la monumentalidad arquitectónica que no había dejado de atraparnos durante todo el día, para él en Machu Picchu vivía el inca y en Wiñay Huayna, la coya, su esposa.

La opinión de Russell era la de un turista, sentimientos iniciales que confiaba a su amigo, que escuchaba todo lo que se le ocurría. El ya después se quedó a caminar por varios años en toda la región, con rumbo definido, desarrollando sus propias teorías que nunca llegó a publicar, producto de su propia percepción.
Russell se convenció, unos años después, que Machu Picchu y Wiñay Huayna pertenecían a Choquequirao, también un monumento inca, que está a la espalda, pero algo distante, situándolos históricamente en la época de los incas de Vilcabamba, la resistencia a la conquista española, precisándolo en el período del inca Sayri Túpac, el último dios vivo del Perú.





El rey de España, alguna vez en la historia se reunió con una hija de Sayri Túpac en Madrid, de nombre Beatriz Clara y de apellido Coya Inca, y a cambio de la paz le entregó el título de Oropesa, un marquesado con un nombre muy significativo. Sus descendientes vivieron como príncipes en Europa hasta que se extinguieron. Parece ser que otros descendientes de Sayri Túpac no tuvieron reconocimiento.

Russell tenía mucho de Indiana Jones, personaje de película de Hollywood que no llegó a conocer. El parecido estaba en el aventurerismo, no en la confrontación. La poca aventura, no exenta de peligro que me ha tocó vivir en esta vida, se la debo a mi amigo, quien siempre tenía algo nuevo que mostrar, como si persiguiera el arco iris y allí existía algo maravilloso para ver.

Claro, en esa primera final de la tarde, antes del anochecer en Wiñay Huayna, en que la luna, sumamente arrogante, se mostraba decidida a suceder al sol en el firmamento, en nuestra imaginación, creímos que estábamos frente a las nupcias del sol y la luna, que en la tierra, es decir Wiñay Huayna, se celebraba el encuentro del inca con su coya.

El lugar oscureció rápido, amenazado con una oscuridad total, la luna desapareció, sin pensarlo subimos corriendo hasta el albergue totalmente iluminado, que era sumamente cálido porque el administrador y su familia sabían imponerle un fuerte calor de hogar, convirtiéndolo siempre en agradable, como para nunca olvidarlo y retenerlo en el recuerdo.

Entre nosotros, que éramos seis o siete, estábamos llenos de alergia de cada uno contra todos. Con solo vernos nos rechazábamos, sentíamos que fuimos el centro de broma durante el camino de regreso de Machu Picchu a Wiñay Huayna. Ellos habían pasado juntos una temporada en una comunidad campesina y en verdad también estaban cansados de la convivencia.

En las últimas 24 horas los había escuchado en sus quejas lapidarias para cada uno de sus prójimos, creo que si antes se consideraban amigos nunca más volvieron a serlo, con excepción de Eduardo y Russell, quien había recibido el primer gran golpe de su vida: su compañera de varios años decidió acabar la relación y no tuvo mayor ocurrencia que viajar al Cusco para comunicárselo. Inés, mi enamorada, la acompañó y me llevaron con ellos para que controlara a Russell. Temían lo peor porque él ya tenía el nombre para todos sus hijos e hijas que iba a tener en esta vida.


(seguirá)




PERU DESCUBRE AL MUNDO UN NUEVO MACHU PICCHU

Agences France Presse
28 de mayo de 1991

Un pequeño Machu Picchu, olvidado por el tiempo, ha sido rescatado por las autoridades peruanas y presentado esta semana a la prensa extranjera en un intento de salvar el flujo turístico de Perú en base tal vez al más hermoso monumento de este país.

La ruina de Wiñayhuayna es una ciudadela Inca que sigue el mismo patrón constructivo de Machu Picchu, edificadas ambas en piedra y en la cima de una montaña de los Andes en el sudeste peruano, con torreones, templos, enormes escalinatas, plazas, sectores habitacionales y terrazas agrícolas.

Machu Picchu y Wiñayhuayna están distanciadas por un camino Inca que las une y se extiende por cerca de ocho kilómetros en medio de una densa vegetación de innumerable variedad de plantas y flores, con sorprendentes escalinatas y portadas precolombinas.

Aparentemente, Wiñayhuayna –con una extensión que apenas superaría los mil metros
cuadrados- quedó olvidada por los peruanos ante la monumentalidad de Machu Picchu. Carece también de un estudio arqueológico que precise  sus características y funciones en forma científica.

La ciudadela está realmente perdida en la inmensidad de los Andes. No tiene el desgaste que ocasiona una visita continua de turistas.

Sus pequeñas dimensiones permiten una visión de su complejidad arquitectónica, así como apreciar la dura tarea que significó para los antiguos peruanos edificarla sin perder un detalle de proporciones en el empleo del material constructivo.

Wiñayhuayna quiere decir en quechua –el idioma andino- “eternamente joven”, nombre de una orquídea  que florece todo el año en la montaña donde se sitúa la ruina Inca y que, junto con las espigas verdes que crecen por los alrededores, le otorgan una especial belleza.

El camino hacia estas ruinas permite un nuevo acceso a Machu Picchu, que se debe efectuar a pie, bordeando precipicios cubiertos de árboles que crecen en cualquier ladera de las montañas.

Al seguir Winayhuayna el mismo patrón constructivo que Machu Picchu, su arquitecto debió haber sido el Inca Pachacútec (1450 A.C.) a quien se adjudica, además, la remodelación del Cusco y la creación del Imperio de los Incas al extender el territorio incaico por los diversos confines andinos.

Las autoridades peruanas presentan a Winayhuayna como un lugar de purificación por la existencia de una decena de fuentes de agua, situadas una encima de otra en tanto se asciende del sector habitacional al templo en forma de torreón y se sale a un camino que terminará conduciendo a Machu Picchu.

Sin embargo, por encontrarse en un lugar sumamente alejado de Machu Picchu, pudo haber tenido incluso un significado mayor dentro del ritual de la religión incaica.

Machu Picchu pudo haber sido un lugar de paso para la élite gobernante Inca hacia Winayhuayna, que sólo pudo albergar a varias decenas de persona por sus características constructivas.

La fama de Machu Picchu el mayor atractivo turístico de Perú permitirá a las autoridades peruanas presentar en lo sucesivo a Winayhuayna como un nuevo camino de acceso a las monumentales ruinas Incas, que permite apreciar ambas y por separado, desde la cima de una montaña sin peligro alguno.

Antes: Perú no publicaba a Winayhuayna porque no tenía una infraestructura suficiente, desde el ramo hotelero hacia los mínimos requerimientos del turista, ahora cuando la afluencia de visitantes al país ha disminuido alarmantemente el esfuerzo ha sido puesto en esta forma.

Las estadísticas turísticas de Perú refieren que en 1988, existía un promedio de casi 900 visitantes diarios a Machu Picchu, apenas si llegan actualmente a las 120 personas, según Eduardo Arrarte de la Cámara Nacional de Turismo, organización en la que se agrupan los empresarios del sector.

Diversos problemas desde el cólera y el terrorismo que afectan a Perú, hasta los efectos de las retracción turística mundial derivada de la Guerra del Golfo, han sumergido al Cusco, una ciudad con 350,000 habitantes y a  1.115 km al sudeste de Lima, en una crisis sin precedentes.

En la antigua capital de los Incas y principal centro turístico de esta nación, se estima que la caída de precios para el ramo turístico está sobre el 50%.

Wiñayhuayna, el monumento olvidado, es ahora una esperanza para que Perú recupere su antiguo atractivo, en medio de políticas ingeniosas que permitan a este país dar nuevas fuentes de trabajo a sus habitantes a partir de sus centenares de restos precolombinos que algunos pocos recuerdan.




El otro Machu Picchu
El Mundo
Lima, 7 enero de 1995

A ocho kilómetros del famoso monumento incaico y a través de un camino de piedra oculto bajo la jungla, se llega a la misteriosa Wiñay Huayna.

En el Cusco, en la región del Urubamba, existe una ciudadela inca de piedra que guarda tal armonía con el medio ambiente que luce unido a la naturaleza, en arquitectura es simple y lineal. En detalle Wiñay Huayna impacta, pero en conjunto es el pequeño Machu Picchu.

Wiñay Huayna tiene la apariencia de una villa rural fortificada extendida en la cima de una montaña. Desde un torreón de cinco ventanas se divisa el escenario compuesto por 20 casas, terrazas agrícolas, los cerros vecinos, las riberas del río y la vegetación que cubre la zona.

Las guías turísticas  presentan a Wiñay Huayna como un lugar de purificación incaico de aquellos que tenían como destino arribar a Machu Picchu. En el sitio hay una decena de fuentes de agua, situadas una encima de la otra, en tanto se va ascendiendo por una escalera de piedra desde las casas hasta el torreón y un enorme muro que terminará conduciendo a un camino inca que serpentea las montañas.

Machu Picchu y Wiñay Huayna están comunicados por este camino de piedra que bordea precipicios y se extiende  por cerca de ocho kilómetros. Este es seguro pero a veces angosto, con algunos tramos casi vencidos por la vegetación de helechos y árboles que crecen en cualquier lugar de las laderas de las montañas.

Es así que Wiñay Huayna tiene para el turismo la presentación de ser la gran puerta de entrada a las monumentales  ruinas y que permiten verlas de una forma diferente a la usual,  ya que el camino inca culmina en la cima de la montaña donde fue construido Machu Picchu, permitiendo observarlo de arriba hacia abajo en toda su monumentalidad. Sin embargo, por encontrarse en un lugar relativamente alejado a Machu Picchu, el complejo de Wiñay Huayna pudo tener un significado diferente a los señalados en las guías turísticas, tanto en los conceptos de administración estatal de los Incas como del simbolismo ritual de la religión incaica, que podrían ser mayores a los que se le otorgan.

Machu Picchu pertenece a un grupo de construcciones planificadas que no son fáciles de determinar el uso que tuvieron. Por sus dimensiones asoma como el centro de una serie de construcciones incaicas cercanas, poco conocidas y estudiadas, a las que pertenecen también Incaray, Chachabamba, Sayacmarca y Choquesusuy, construcciones monumentales de piedra y con pocas casas.

El monumento prehispánico más interpretado es Machu Picchu, pero no en relación a Wiñay Huayna y a las otras ruinas.

Cada una de sus secciones y repetidas sin cesar a los visitantes, han sido bautizadas tras su descubrimiento, como el Templo de las tres ventanas que en realidad tuvo cinco, el altar, el mirador, el mausoleo, el intiwatana.

Frente a ello Wiñay Huayna es un misterio. El torreón ha conservado sus cinco ventanas, es similar al existente en Machu Picchu, que a su vez tiene el estilo al que sobrevive en el Coricancha en el Cusco, posiblemente los tres construidos en la época del inca Pachacútec, al que se le atribuye la remodelación del Cusco hacia 1450.

Wiñay Huayna tiene su brillo propio y belleza espectacular, pero está opacada por Machu Picchu. Es poco transitada, no tiene el desgaste de una visita turística incesante. Cada cierto tiempo es rescatada del olvido, aunque parece que siempre asomará como las ruinas perdidas en la inmensidad de los Andes, Wiñay Huayna quiere decir en quechua “eternamente joven”, nombre de una orquídea que florece todo el año en la montaña donde se sitúa la ruina inca y que junto a las espigas verdes que crecen por los alrededores, le otorgan una belleza especial. Wiñay Huayna parece haber sido lugar de residencia de quien ejercía funciones de administrador de la zona en que está enclavada, su pequeña extensión de mil kilómetros cuadrados que incluye los andenes, sólo pudo albergar a unas cuantas decenas de personas, tal vez a la familia del administrador y a su séquito.

La pequeña Wiñay Huayna es de difícil acceso y se requiere de un guía para llegar a sus ruinas  una posibilidad es partir desde Aguas Calientes, caminar varios kilómetros cerca de la línea férrea, cruzar un puente colgante y trepar la montaña. Es conveniente llevar un refrigerio porque la jornada se prolonga durante toda la mañana.